
Imagínense un día cualquiera de 1903, recién estrenado el
siglo XX. Una estación de ferrocarril en Bilbao a rebosar
de gente diversa y un bullicio enorme. Todos
ellos esperan al convoy con destino a Castejón. Esposas,
padres, amigos y familiares se despiden de
los viajeros pañuelo al viento. La locomotora de vapor y carbón lanza el
tradicional pitido y se pone en marcha.
Tras
un largo trayecto realiza con retraso su primera parada en Miranda de Ebro,
donde bajan algunos viajeros y suben otros. Asimismo se engancha una segunda
locomotora que le da más potencia y velocidad al tren. El revisor ataviado de
uniforme al estilo de antaño, continua con su trabajo desplazándose de vagón a
vagón atento a la presencia de polizones, algo frecuente en la época y
especialmente
practicado por las clases humildes. Después de la escala, continúa el
viaje. San Felices, Haro, Briones, un espectacular paisaje riojano de viñedos
se abre paso. La próxima localidad es Torremontalbo. Desde lejos ya se ve la
noble torre de los Manso de Zúñiga donde residen los condes de Hervías. Muy
cerca de allí, en la localidad de Cenicero, el reloj de la iglesia marca las
tres de la tarde. El convoy en su marcha se aproxima a cruzar el puente de
madera y hierro que salva el Najerilla, paralelo al que en su día mandara
construir la sociedad riojana de amigos del país. Esta estructura termina en
curva con pendiente descendente, así que el maquinista se ve obligado a tomarla
con especial cuidado. De pronto, el cuarto vagón pierde el equilibrio y se cae
sobre la barandilla del puente, posteriormente la locomotora descarrila.
Finalmente el tren se detiene con el cuarto vagón que sigue apoyado sobre la
barandilla. Esta empieza a resquebrajarse, lo que nota una atenta madre dentro
del mismo que trata de salvar a sus hijos sacándolos por la ventanilla. La
barandilla se rompe del todo y el vagón cae al Najerilla arrastrando consigo al
resto del tren. De esta manera ocurría una de las mayores tragedias ferroviarias
vividas en España, que se saldará
con 44
muertos
y más de
80 heridos.

Una oleada de solidaridad recorrió la zona. El guarda de
campo del Conde de Hervías que presenció el suceso fue a avisarle. Este acudió con
algunos colonos y pronto empezaron las tareas de auxilio. Después envió un
mensaje a Cenicero y San Asencio para buscar más ayuda. Cuando el mensaje llegó
al alcalde de Cenicero, Francisco Montejo, convocó a toda la ciudad en rescate
de las víctimas. Las campanas tocaron y el pueblo quedó vacío. La hija de los
Manso de Zúñiga no dudó en acudir al lugar del suceso en auxilio de las heridos, llegando incluso a despojarse de sus enaguas para utilizarlas como vendas. La mujer del caminero, Baltasara Alonso,
realizaba continuos viajes a una fuente vecina para llevar agua a los
accidentados. El conde repartió hachas y martillos para liberar del amasijo de hierro a los que allí se
encontraban. Algunos metían cañas entre los escombros para dar de beber a través de ellas a las
personas atrapadas. Manuel Castor Aguirre, un Guardia Civil, acudió a rescatar
a las victimas después de haber recorrido más de 30 km a píe. Trabajó toda la
noche y toda la madrugada, de manera que ya sin fuerzas falleció al día
siguiente. Sin embargo no todo fueron buenas acciones, algunas personas
aprovecharon para robar en los equipajes y saquear a los muertos. En solo dos horas se consiguieron rescatar a
todas las víctimas. No obstante la incertidumbre de que quedaban más viajeros
sepultados hizo continuar las tareas de búsqueda. Cuando el alcalde de Logroño
Francisco Paula Marín se enteró de lo ocurrido, pidió ayuda al ejército y mandó
a Torremontalbo tres ingenieros zapadores y médicos. La ayuda no llegó hasta
media noche. La compañía de ferrocarriles hizo lo mismo poniendo en marcha un
tren de socorro que no llegó hasta el día siguiente.

Los heridos y cadáveres fueron trasladados a Cenicero, la
mayoría de estos últimos acabaron siendo enterrados en una fosa común. Ante la
falta de camas en el hospital local, se habilitaron para esa función la escuela
del pueblo y varias casas particulares. Los cenicerenses aportaron ropa, mantas
y todo lo que pudieran necesitar los heridos. La tarea de cuidar a los enfermos
recayó en las mujeres de la localidad, que se esmeraron en hacerlo lo mejor
posible. Algunos vecinos se ofrecieron a acoger en sus casas a familiares de
los accidentados que llegaban al pueblo. Dos hermanos de 4 años y 6 meses que
se habían sobrevivido gracias a que su madre los arrojara por la ventana del
vagón antes de la caída del mismo, fueron acogidos por el médico del pueblo Emilio Casas y por el obrero Domingo Tricio, cuya mujer le
amamantó hasta que llegó a recoger a los niños su abuelo.

La prensa nacional e internacional se hizo eco del
accidente. Periódicos como LA RIOJA, el ABC, el País, el Liberal de Madrid etc…
dieron cuenta de ello. A la hija de los Manso de Zúñiga se le dio un
protagonismo especial, debido a que en la época todavía sobrevivían de alguna
manera los estamentos medievales, siendo portada en la prensa de sociedad.
La casa real envió a La Rioja al coronel Ripollés que elaboró
un informe sobre lo sucedido, el cual impresionó al rey Alfonso XIII. Finalmente
el monarca el 19 de enero de 1904 concedió a Cenicero el título de cuidad en
agradecimiento por la solidaridad de sus habitantes. Algunos tildaron esta medida política de insuficiente, argumentando que además del título de ciudad habrían hecho falta medidas para que la localidad fuera más prospera.
Llegado el momento de pedir responsabilidades, comenzó en
agosto de 1903 un proceso judicial que concluyo tres años después, en mayo de
1906. Se acusó a 7 empleados de la compañía de ferrocarriles Norte de ser
responsables de la catástrofe. Se alegó el mal estado del puente, algo que ya llevaba
denunciando desde hace tiempo el conde de Hervías, así como el hecho innecesario
de que engancharan una segunda locomotora al tren. Sin embargo, la compañía dio
una cuantiosa suma de dinero a unos cuantos heridos, lo cual posibilitó que
muchos de ellos cambiaran su declaración en el juicio, quedando finalmente los siete
empleados y la compañía indemnes.
(En las fotos varias escenas de la catástrofe y rescate,
muchas de ellas recogidas por periódicos locales como el diario LA RIOJA y torre fuerte de los condes de Hervías)