lunes, 3 de septiembre de 2018

LA TRAGEDIA DE TORREMONTALBO. EL ACCIDENTE FERROVIARIO QUE DESPERTÓ LA SOLIDARIDAD DE CENICERO.


Imagínense un día cualquiera de 1903, recién estrenado el siglo XX. Una estación de ferrocarril en Bilbao a rebosar  de gente diversa y un bullicio enorme. Todos ellos esperan al convoy con destino a Castejón. Esposas,  padres, amigos y familiares se despiden de los viajeros pañuelo al viento. La locomotora de vapor y carbón lanza el tradicional pitido y se pone en marcha.  Tras un largo trayecto realiza con retraso su primera parada en Miranda de Ebro, donde bajan algunos viajeros y suben otros. Asimismo se engancha una segunda locomotora que le da más potencia y velocidad al tren. El revisor ataviado de uniforme al estilo de antaño, continua con su trabajo desplazándose de vagón a vagón atento a la presencia de polizones, algo frecuente en la época y  especialmente  practicado por las clases humildes. Después de la escala, continúa el viaje. San Felices, Haro, Briones, un espectacular paisaje riojano de viñedos se abre paso. La próxima localidad es Torremontalbo. Desde lejos ya se ve la noble torre de los Manso de Zúñiga donde residen los condes de Hervías. Muy cerca de allí, en la localidad de Cenicero, el reloj de la iglesia marca las tres de la tarde. El convoy en su marcha se aproxima a cruzar el puente de madera y hierro que salva el Najerilla, paralelo al que en su día mandara construir la sociedad riojana de amigos del país. Esta estructura termina en curva con pendiente descendente, así que el maquinista se ve obligado a tomarla con especial cuidado. De pronto, el cuarto vagón pierde el equilibrio y se cae sobre la barandilla del puente, posteriormente la locomotora descarrila. Finalmente el tren se detiene con el cuarto vagón que sigue apoyado sobre la barandilla. Esta empieza a resquebrajarse, lo que nota una atenta madre dentro del mismo que trata de salvar a sus hijos sacándolos por la ventanilla. La barandilla se rompe del todo y el vagón cae al Najerilla arrastrando consigo al resto del tren. De esta manera ocurría una de las mayores tragedias ferroviarias vividas en España, que se saldará  con 44 muertos  y más de  80 heridos. 


Una oleada de solidaridad recorrió la zona. El guarda de campo del Conde de Hervías que presenció el suceso fue a avisarle. Este acudió con algunos colonos y pronto empezaron las tareas de auxilio. Después envió un mensaje a Cenicero y San Asencio para buscar más ayuda. Cuando el mensaje llegó al alcalde de Cenicero, Francisco Montejo, convocó a toda la ciudad en rescate de las víctimas. Las campanas tocaron y el pueblo quedó vacío. La hija de los Manso de Zúñiga no dudó en acudir al lugar del suceso en auxilio de las heridos, llegando incluso a despojarse de sus enaguas para utilizarlas como vendas. La  mujer del caminero, Baltasara Alonso, realizaba continuos viajes a una fuente vecina para llevar agua a los accidentados. El conde repartió hachas y martillos para liberar del  amasijo de hierro a los que allí se encontraban. Algunos metían cañas entre los escombros para dar de beber a través de ellas a las personas atrapadas. Manuel Castor Aguirre, un Guardia Civil, acudió a rescatar a las victimas después de haber recorrido más de 30 km a píe. Trabajó toda la noche y toda la madrugada, de manera que ya sin fuerzas falleció al día siguiente. Sin embargo no todo fueron buenas acciones, algunas personas aprovecharon para robar en los equipajes y saquear a los muertos.  En solo dos horas se consiguieron rescatar a todas las víctimas. No obstante la incertidumbre de que quedaban más viajeros sepultados hizo continuar las tareas de búsqueda. Cuando el alcalde de Logroño Francisco Paula Marín se enteró de lo ocurrido, pidió ayuda al ejército y mandó a Torremontalbo tres ingenieros zapadores y médicos. La ayuda no llegó hasta media noche. La compañía de ferrocarriles hizo lo mismo poniendo en marcha un tren de socorro que no llegó hasta el día siguiente.


Los heridos y cadáveres fueron trasladados a Cenicero, la mayoría de estos últimos acabaron siendo enterrados en una fosa común. Ante la falta de camas en el hospital local, se habilitaron para esa función la escuela del pueblo y varias casas particulares. Los cenicerenses aportaron ropa, mantas y todo lo que pudieran necesitar los heridos. La tarea de cuidar a los enfermos recayó en las mujeres de la localidad, que se esmeraron en hacerlo lo mejor posible. Algunos vecinos se ofrecieron a acoger en sus casas a familiares de los accidentados que llegaban al pueblo. Dos hermanos de 4 años y 6 meses que se habían sobrevivido gracias a que su madre los arrojara por la ventana del vagón antes de la caída  del  mismo, fueron acogidos  por el médico del pueblo Emilio Casas y  por el obrero Domingo Tricio, cuya mujer le amamantó hasta que llegó a recoger a los niños su abuelo.



La prensa nacional e internacional se hizo eco del accidente. Periódicos como LA RIOJA, el ABC, el País, el Liberal de Madrid etc… dieron cuenta de ello. A la hija de los Manso de Zúñiga se le dio un protagonismo especial, debido a que en la época todavía sobrevivían de alguna manera los estamentos medievales, siendo portada en la prensa de sociedad.




La casa real envió a La Rioja al coronel Ripollés que elaboró un informe sobre lo sucedido, el cual impresionó al rey Alfonso XIII. Finalmente el monarca el 19 de enero de 1904 concedió a Cenicero el título de cuidad en agradecimiento por la solidaridad de sus habitantes. Algunos tildaron esta medida política de insuficiente, argumentando que además del título de ciudad habrían hecho falta medidas para que la localidad fuera más prospera.

Llegado el momento de pedir responsabilidades, comenzó en agosto de 1903 un proceso judicial que concluyo tres años después, en mayo de 1906. Se acusó a 7 empleados de la compañía de ferrocarriles Norte de ser responsables de la catástrofe. Se alegó el mal estado del puente, algo que ya llevaba denunciando desde hace tiempo el conde de Hervías, así como el hecho innecesario de que engancharan una segunda locomotora al tren. Sin embargo, la compañía dio una cuantiosa suma de dinero a unos cuantos heridos, lo cual posibilitó que muchos de ellos cambiaran su declaración en el juicio, quedando finalmente los siete empleados y la compañía indemnes.

(En las fotos varias escenas de la catástrofe y rescate, muchas de ellas recogidas por periódicos locales como el diario LA RIOJA y torre fuerte de los condes de Hervías)

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